domingo, 28 de diciembre de 2014

“En lo alto de la torre ha de haver constante un centinela, de dia y de noche”. EL SISTEMA DEFENSIVO DE LA COSTA TROPICAL GRANADINA EN ÉPOCA MEDIEVAL Y MODERNA. UNA VISIÓN GLOBAL.

El trabajo que seguidamente se expone corresponde a la conferencia realizada por el arqueólogo e historiador José María García-Consuegra Flores en el Museo de Historia de Motril (MHIMO), el día 14 de febrero del pasado 2013. Dicha conferencia formaba parte del programa “El Museo pieza a pieza”, el cual venía desarrollándose periódicamente en el Museo de Historia de la ciudad, con el objeto de dar a conocer de manera detallada el rico patrimonio que contiene este emblemático edificio, así como analizar su colección permanente. 

En esta ocasión, la cita se centró en el denominado “Eje 4. La defensa de la Costa. La amenaza de enemigos, piratas y corsarios entre los siglos XV y XVIII”, exponiendo un somero análisis histórico de este período y la colección alusiva al mismo, cuya pieza estrella, el Reglamento de Carlos III, pertenece al fondo documental de la institución.
Finalmente, se exponen diversas referencias bibliográficas y enlaces de interés para quien quiera profundizar algo más.



Introducción.

Desde los primeros años tras la conquista de Granada por parte de los Reyes Católicos, se hace necesario un sistema de defensa del litoral ante la constante amenaza procedente del norte de África a la que esta región quedó expuesta. Especialmente a medida que la presión fiscal y social sobre la población musulmana, ahora morisca, se hacía más fuerte. Ello provocó que estos moriscos optaran cada vez más por abandonar sus tierras de origen y pasar al norte de África. Éstos representaban un importante aliado para la piratería berberisca, en tanto que grandes conocedores del territorio, motivo por el cual se sirvieron de ellos para los continuos ataques y razias que realizaban sobre estas costas granadinas. Se trata de rápidos desembarcos en las diversas calas que jalonan la costa, a las que llegaban de noche y que les ofrecía un refugio momentáneo, antes de volver rápidamente a sus bases norteafricanas tras asaltar poblaciones y tierras y hacerse con un buen botín. Un claro ejemplo lo representa el asalto y expolio que sufrió Motril en 1507.

Esta necesidad de proteger su costa por parte de los diferentes reyes de la Monarquía hispánica, se irá incrementando a lo largo de los siglos XVI y XVII, en el marco de la Guerra de las Alpujarras y del enfrentamiento con el poderoso Imperio Turco, llegando a su máximo apogeo y perfeccionamiento a finales del siglo XVIII, cuando el litoral andaluz es escenario de los enfrentamientos navales con el pujante Imperio británico tras la Guerra de Sucesión (1701-1713).

Las innovaciones en el arte de la guerra y de sus mecanismos durante los siglos XIX y XX, convirtieron en obsoletas las estructuras defensivas que hasta la fecha caracterizaban el sistema defensivo del territorio costero, sufriendo desde entonces un creciente declive y abandono, muchas de ellas ya seriamente dañadas durante la Guerra de Independencia (1808-1814) por las tropas británicas y napoleónicas.

Torre del Zambullón (Calahonda).

La organización de la defensa de la costa granadina aparece estructurada como tal desde época islámica, más como organización de un territorio que como concepto de “defensa” y de control militar de la costa frente a posibles ataques. En el periodo andalusí este tipo de construcciones forman parte de un sistema de organización del territorio, el cual se articulaba esencialmente en torno a núcleos urbanos fortificados, en este caso Almuñécar (al-Munakkab) y Salobreña (Salawbinya).

Será con la conquista castellana cuando, por orden de los Reyes Católicos, se estructure militarmente la vigilancia y defensa de la costa como tal, organizada en base a Torres y Atalayas intercomunicadas entre sí desde el Campo de Gibraltar (Cádiz) hasta la costa de Vera (Almería). Este entramado defensivo no sólo respondía a la necesidad de prevención de ataques por parte de los berberiscos, sino también al establecimiento de una línea de vanguardia mediante la cual catapultar posibles campañas de conquista en el norte de África. Así, en 1497 los Reyes Católicos encargan la redacción de la “Instrucción para la guarda de la costa”, origen de la mencionada estructura defensiva costera de la Corona. Sobre este documento, a lo largo del siglo XVI (sobretodo con el reinado de Felipe II), se desarrolla una compleja legislación en la que se establece, tanto la organización, funcionamiento y oficios vinculados al sistema defensivo costero, como su financiación.

Durante su regencia, Carlos III dará otra vuelta de tuerca a la defensa de la costa con la publicación del “Reglamento que su Majestad manda observar a las diferentes clases destinadas al real servicio de la costa del Reyno de Granada” (1764). En él, entre otros aspectos, se organiza el territorio en Partidos, quedando desde entonces los distritos de Salobreña y Motril agrupados en el ahora Partido de Motril, localidad cabecera que controla un territorio que abarcaba desde las costas salobreñeras hasta la Torre del Cáutor (La Mamola). Además, este Reglamento dotará de artillería diversas guarniciones militares y articulará la defensa del litoral en base a cuatro elementos:
  • Baterías.
  • Torres para artillería.
  • Atalayas.
  • Casas-Fuerte.
Seguidamente se exponen las diferentes fases histórico-constructivas que han caracterizado y configurado el sistema de defensa de la costa, primero del sultanato nazarí y, posteriormente, del llamado Reino de Granada. En cada uno de ellos se realizará una breve contextualización político-militar del periodo concreto para poder entender qué causas y consecuencias provocan y derivan de los acontecimientos históricos en cuestión, los cuales se reflejarán en una serie de políticas edilicias y poliorcéticas mediante las cuales se consolidan, reorganizan y refortifican los elementos militares preexistentes. Finalmente se muestra en qué grado se plasmaron cada una de dichas políticas militares en el paisaje del ámbito geográfico que nos ocupa, el del bajo Guadalfeo y los Llanos de Carchuna.

Área de localización.

La Costa y su defensa en época nazarí (siglos XIII-XV).

El origen del sistema de defensa de la costa, cuyos vestigios podemos observar actualmente a lo largo de la costa, tiene su origen en el periodo nazarí (siglos XIII-XV). Fue aquel un sistema de defensa de la costa, gestionado y controlado directamente por el Sultán, que se articulaba a partir de las diversas fortalezas urbanas y castillos a los que se les vinculan una serie de torres-atalaya intercomunicadas visualmente entre sí. Buena parte, de ellas nos han llegado modificadas por los castellanos, los cuales las reestructuran y adaptan a sus nuevas necesidades artilleras con el objeto de someter y controlar el nuevo territorio conquistado.
En el ámbito geográfico que nos ocupa, el de la costa granadina, serán las alcazabas de Almuñécar y Salobreña, así como los castillos de Castell de Ferro y, posiblemente, el de la Rábita de Albuñol, los elementos principales de esta frontera marítima. Las diferentes torres-atalaya diseminadas a lo largo de la línea costera permitían una vigilancia y cierta protección tanto del territorio como de la población frente al enemigo, primero meriní y, posteriormente, castellano.
Son, pues, los nazaríes los que por primera vez, frente a la amenaza y acoso de los meriníes norteafricanos, convierten la costa en una auténtica frontera marítima de su reino. Posteriormente, serán los castellanos los que, gracias al uso de artillería pesada, significarán el principal enemigo granadino, lo cual, por otro lado, propiciará el desarrollo de una política de refortificación por orden del sultán Muhammad V.

Sobre las fortalezas de Almuñécar, Salobreña y Castell de Ferro recaerá el peso de la defensa de la costa, apoyándose en una serie de torres-atalaya las cuales realizaban una doble función. De un lado, alertaban y prevenían del posible peligro marítimo y, del otro, permitían la defensa de las diversas calas y ofrecían refugio a las pesquerías, como en el caso de La Rijana.
Estas torres-atalaya presentaban una fisonomía y técnica constructiva propias. Se trata de torres de cuerpo macizo, moderadamente esbelto y desarrollo cilíndrico, realizadas con mampostería de mediano tamaño dispuesta en hiladas, encintadas por una línea de ripios, todo ello trabado y enlucido con mortero de cal. Contaban con una pequeña estancia, a la que se accedía mediante un acceso elevado, y una azotea o terraza. No estaban ideadas para albergar artillería ni pertrechos de guerra de ningún tipo. Uno de los ejemplos más claros es la Torre del Cambrón, localizada dentro del perímetro del Hotel Salobreña.

Vista general de la Torre del Cambrón (Hotel Salobreña) en la actualidad.

 Detalle de su técnica constructiva.

Con lo expuesto, el panorama militar del bajo Guadalfeo quedaba organizado a partir de la alcazaba de Salobreña, a la que se le vinculaban, a poniente, la citada Torre del Cambrón y la llamada por los castellanos como Estançia de los Henares, hoy desaparecida. A levante se erigía la Torre de Trafal Ramal, igualmente desaparecida, situada en la misma desembocadura del río Guadalfeo; y la del Chucho, también desaparecida y que se localizaría en el actual emplazamiento del Faro Sacratif.


Como se ha referido más arriba, los castellanos aprovecharán buena parte de las estructuras nazaríes, transformando, e incluso reedificando, especialmente las fortalezas de Salobreña y Almuñécar para adecuarlas a las necesidades de su artillería; así como levantando algunas torres en determinados puntos para un mejor control y sometimiento de los nuevos territorios conseguidos.


Redefinición del sistema defensivo de la costa del Reino de Granada en época moderna (siglos XV-XVII). De la iniciativa de los Reyes Católicos a la consolidación de Felipe II.

Con la toma de la ciudad de Granada en 1492, la costa del Reino de Granada (el cual englobaba las actuales provincias de Málaga, Granada y Almería), bajo control castellano desde 1489, pasa a estar dentro de la jurisdicción de la Capitanía General, la cual fue regentada por los miembros de la familia López de Mendoza, como privilegio real en recompensa por los servicios prestados a la Corona en la Guerra de Granada.
La difícil y agitada convivencia entre los contingentes militares encargados de velar por la seguridad y protección de los nuevos territorios adquiridos y la población musulmana, víctima de constantes abusos fiscales y sociales, junto al continuo temor a la llegada de milicias norteafricanas en un intento por recuperar los territorios perdidos, hizo que en 1497 los Reyes Católicos mandaran redactar la llamada “Instrucción para la Guarda de la costa, un documento mediante el cual se establecían las bases para una mejor defensa y control de la costa, aprovechando la estructura defensiva nazarí preexistente.

Se trata de un periodo de descontento y radicalización general por parte de los ahora moriscos, los cuales eran víctimas de auténticos abusos por parte de las autoridades castellanas. Con el asentamiento de milicias en la fortaleza de Salobreña, toda su población se ve obligada a abandonar la ciudad, instalándose en las diversas alquerías que conformaban el territorio salobreñero. Por otro lado, la pujanza de Motril en la región como centro económico y comercial, favorecerá el afincamiento de cristianos viejos los cuales, haciendo valer sus privilegios de cristianos viejos sobre la población musulmana, encenderá todavía más los ánimos de indignación y rebelión. Ante tal situación, muchos moriscos optarán por pasar al norte de África entre 1500 y 1507, abandonando todos sus bienes y tierras. Serán alquerías al completo las que se embarcarán con nocturnidad y clandestinidad, incluso sumándose a los ataques piratas de los berberiscos norteafricanos, a los que se añadían tras sus razias.

Estos emigrados forzados, a modo de represalia, llegaron a servir de guía en los múltiples asaltos en tanto que grandes conocedores del terreno. Un claro ejemplo es el asalto que sufrió Motril en 1507, cuando un grupo de berberiscos y andalusíes, encabezados por el antiguo alguacil motrileño Fernando Mogrid o Mugihid, desembarcó en las costas de Calahonda de madrugada y se dirigió a Motril, arrasándola, saqueándola y masacrando a los cristianos viejos que no pudieron resguardarse en la fortificada iglesia de la Encarnación. Tras el ataque regresaron al amanecer a sus navíos acompañados de más motrileños hartos de soportar el acoso cristiano y de un cuantioso botín.

Todo este ambiente prebélico fue el que propició, a petición expresa de la propia población motrileña, la fortificación de la iglesia mayor de la Encarnación (1510-1514), convirtiéndose en una auténtica iglesia-fortaleza en la que refugiarse en caso de ataque. De igual modo sucedió con el amurallamiento de la villa a partir de 1528, de tal manera que quedasen a resguardo los principales edificios: la iglesia mayor, la plaza pública, el ayuntamiento, la cárcel, el hospital, el pósito, las alhóndigas y alrededor de 200 casas, excluyendo extramuros a la población morisca.

En el momento de la redacción de esta Instrucción, la mayor parte de las fortificaciones se concentraban en la mitad occidental del Reino (Estepona, Marbella, Fuengirola, Málaga, Almuñécar o Salobreña); en la mitad de levante tan sólo Adra, la bahía de Almería y los llanos situados entre las sierras de Cabrera y de Almagrera (en el Bajo Almanzora) contaban con una fortaleza. El complejo defensivo se completaba con una serie de torres y Estançias que jalonaban la línea de costa, buena parte de las cuales se encontraban en bastante mal estado.

Entre otras disposiciones, se ordena a los alcaides de las villas y fortalezas a residir en ellas para una mejor efectividad y desarrollo de sus funciones, así como la prohibición de presencia de población islámica “a una legua a la redonda, so ciertas penas” alrededor de las fortalezas y villas, si bien se permitían algunas excepciones, en cuyo caso debían correr con el gasto de mantenimiento de las “estançias”. Este documento se irá completando a lo largo del siglo XVI mediante diversas Provisiones Reales de tal modo que se desarrollará una compleja legislación que sentará las bases de la articulación, funcionamiento y financiación de los diversos elementos y guarniciones militares de este nuevo sistema defensivo costero.

Las actuaciones principales se centrarán en la consolidación de diversas torres de origen nazarí y, especialmente, en el acondicionamiento y reforzamiento de las fortalezas y castillos, de modo y manera que se adaptasen a las necesidades artilleras de los contingentes castellanos que las ocupan. Así se observa claramente en los castillos de Salobreña y Almuñécar los cuales son reforzados y reestructurados con el objeto de albergar artillería.

Y es que es un periodo en el que la precariedad económica de las arcas de la Corona, a la que se le abren frentes internos (conflicto de los Comuneros en Castilla, Guerra de Nápoles, etc.), se hace patente a corto plazo, reflejándose en la precaria situación de los edificios, escasez de artilleros y mal estado de la munición y de los enseres bélicos. A ello añadir las consecuencias de diversos terremotos que acabaron por arruinar diversas torres y fortificaciones sin que pudieran rehacerse.
Según se desprende de la documentación de la época, cabría distinguir entre tres tipos de estructuras, mención aparte del núcleo amurallado motrileño:
  • Las Fortificaciones o castillos, que se corresponden con las alcazabas de las ciudades nazaríes cabeza de partido, o con fortalezas situadas en puntos estratégicos. En nuestro caso Almuñécar, Salobreña y Castell de Ferro.
  • Las Torres, las cuales se situaban en puntos estratégicos y se encargaban de la vigilancia costera y del territorio más inmediato (torres del Cambrón, de Trafal Ramal y del Chucho o de Trafalcaçis).
  • Las Estancias se situaban a una mayor altura cosa que les confería una mayor visión y control del territorio (Estancia de los Henares).



El nuevo impulso de Felipe II y la crisis del siglo XVII.

Durante el reinado de Felipe II es cuando se produce una reestructuración y mejora del sistema defensivo de las costas españolas, siendo las mediterráneas, y concretamente las del Reino de Granada, las que representaron el mayor foco de atención. Ello es debido, de un lado al creciente poder del Imperio otomano sobre las costas magrebíes, el cual contó con la inestimable ayuda de los corsarios berberiscos que, desde sus bases de Túnez, Trípoli, Argel o Salé hostigaban continuamente las costas españolas. Del otro, la rebelión morisca que desencadenó la Guerra de las Alpujarras (1568-1570) abría una importante brecha dentro mismo de la Corona, poniendo en serio peligro el control del Reino de Granada, el cual era hostigado desde el exterior por los sempiternos piratas berberiscos, y desde el interior por los monfíes, los cuales esperaban y anhelaban el apoyo militar otomano.
Todo ello lleva a Felipe II a redefinir y consolidar el sistema defensivo existente, así como del tipo de construcciones defensivas de cara a un mayor control, defensa y protección del territorio, cuya financiación, por otro lado, corría a cargo de las arcas reales, llegándose incluso a establecer ciertos impuestos a los municipios. En muchos casos de se adjudicaron mediante subasta las obras a realizar.

Es entonces cuando se eriza el litoral de torres-atalaya (ya sea refortificando las preexistentes, como construyendo de nueva planta) dispuestas a una distancia tal que las diversas torres quedaran comunicadas de manera visual entre ellas. Se establece de manera detallada un prototipo de torre que se implantará en todo el territorio hispano, con variaciones según la zona en la que se implante. Para el caso del Reino de Granada, las características y propiedades del modelo unitario quedarán explicitadas en el documento emitido con fecha de 1574:

Primeramente a cada una de las dichas torres se les a de abrir fundamento firme...
[…] Las torres an de ser redondas y an de tener de altura desde la superficie de la tierra hasta lo alto del parapeto cuarenta pies repartidos en esta manera: que desde la superficie de la tierra hasta la puerta de la bóveda, que a de ser maçiço tenga veintiquatro pies de altura y desdeste suelo hasta lo alto de la bóveda a de tener diez pies y el arco de la bóveda a de tener de grueso dos pies y de parapeto a de tener quatro, que hazen por todos los dichos cuarenta y seis pies.
Ase de hazer cada torre como dicho es redonda y a de tener veynte y seis pies de diámetro…
[…] Ase de hazer en cada torre una escalera de dos pies en ancho y medio del grueso de la pared […] que suba desde el suelo baxo del aposento hasta el terrado alto de la torre.
Y a la parte contraria se a de hazer un hogar y chimenea también en el grueso de la pared y sobre la mar en el dicho aposento una ventana pequeña de tres cuartas de ancho y esto enfrente de la puerta de la escala.
[…] Ase de hazer en el terrado sobre la mar una garita en que pueda estar un hombre en pie con tres ventanas, una al Levante y otra al Poniente y otra sobre la mar cubierta de madera y su suelo de cal y arena.
[…] Las puertas an de ser de grueso de quatro dedos de tabla y aforradas en cuero de vaca y bien clavadas y an de tener por dentro tranca pasadiza de una parte a otra.
A de ser la obra toda de mampostería […] y las mezclas todas de cal y arena […] y an de quedar rebocadas de alto abajo […] las mezclas an de hazerse todas con agua dulçe.

Este entramado de torres tenía una doble funcionalidad. De un lado ejercían de torres vigía o atalaya, encargadas de otear la costa y avistar posibles ataques por mar. Del otro, realizaban tareas de almenara, ya que tras la localización de embarcaciones sospechosas (y especialmente en casos de asalto) se daba aviso a través de rebatos a las torres y fortificaciones vecinas. De este modo se intercomunica y articula el territorio de una forma más ágil y eficiente. Además a ellas se vinculaban un conjunto de guarniciones acuarteladas localizadas a cierta distancia, para que pudieran acudir al socorro de los rebatos. Es en este periodo que se levantan las torres del Varadero (en el actual puerto de Motril), de Carchuna y la del Zambullón (en Calahonda), las cuales venían a completar y mejorar la red de control y defensa existente.

Torre del Llano de Carchuna.

Torre del Zambullón (Calahonda).

La crisis general sufrida por la Monarquía a lo largo del siglo XVII, repercutió de manera directa en el mantenimiento de la infraestructura defensiva costera, la cual fue degradándose a causa de los múltiples ataques corsarios norteafricanos y de la armada turca, y por la escasa inversión en reparaciones. A ello añadir las consecuencias catastróficas de diversos terremotos.
La incapacidad de la Corona a la hora del mantenimiento y puesta al día de las guarniciones afectadas dio lugar a un proceso de “privatización” de muchas de las fortificaciones y torres, las cuales eran donadas a manos privadas a cambio de que éstos las restauraran. Tal fue el grado de precariedad, de reajustes y de recortes económicos, que en 1651 se barajó la posibilidad de prescindir del cargo de Capitán General de la costa del Reino de Granada con tal de ahorrarse su sueldo.



El siglo XVIII y el reinado de Carlos III.

El siglo dieciocho se inicia por un hecho bélico que marcará de manera clara su devenir. Se trata de la Guerra de Sucesión (1701-1713), originada por la muerte sin descendencia de Carlos II en España. Se deriva entonces una guerra civil entre partidarios de un sucesor de la Casa de los Habsburgo y los favorables a un Borbón que acaba teniendo un alcance internacional entre ingleses (austracistas) y franceses (borbónicos), siendo el litoral mediterráneo uno de los principales campos de batalla. Finalmente el conflicto acaba con la firma del Tratado de Utrech (1713), por el que se acuerda la instauración del B
borbón Felipe V a cambio de entregar Gibraltar y Menorca a los ingleses. El conflicto, en cambio, se dará por concluido con las capitulaciones de Barcelona (1714) y Mallorca (1715).

Como se ha dicho, este conflicto dinástico, de alcance europeo, marcará la política militar a desarrollar desde entonces en tanto que los ingleses, desde sus bases mediterráneas de Gibraltar y Menorca, suponían un constante acoso a la cada vez más decadente hegemonía hispánica en el Mediterráneo occidental. En este sentido, un primer hito lo representa la redacción en 1711 del Plan General de Ingenieros de los Ejércitos y Plazas, mediante el cual se crea un cuerpo específico de ingenieros militares en España al servicio de la Corona, cuya función a partir de entonces consistía en volver a recuperar y actualizar las fortificaciones y elementos defensivos gravemente dañados por la flota inglesa ya que, como atestigua uno del os primeros afamados ingenieros, Felipe Crame:

durante la guerra con los ingleses no sólo se llevaron las embarcaciones y navíos de debajo de los Castillos, sino que también arruinaron algunos de ellos”.

Ante esta situación hubo un primer intento de reforma del sistema defensivo para la costa del Reino de Granada en 1740, a través del cual se pretendía la instauración de “un nuevo pie de Tropa de Infantería de acostamiento del Reino de Granada, formando de ella un Regimiento […] en todo el número de setecientos y siete hombres, inclusos los oficiales, repartidos en la forma que expresa la siguiente relación de los Puestos, Castillos y Torres que conviene guarnecer; expresándose los Fuertes y Torres que se han de construir de nuevo y los parajes que se ha de colocar Artillería para el mayor resguardo y defensa de la Marina; qué sueldos y Prest han de gozar los Oficiales y Soldados”.

Estamos ante el embrión del Reglamento que promulgará Carlos III el cual, con su llegada al trono (1759), reactivó los programas defensivos de las costas españolas ante el constante agravio inglés y tras constatar el precario estado y la dejadez de los mecanismos de defensa. Un claro ejemplo es el testimonio del ingeniero Jaime Conca, quien todavía en octubre de 1767 refiere indignado:

Ver con mis ojos un grandísimo abandono de las guardias de la costa, encontrando muchas torres abandonadas enteramente de los torreros, la escala-cuerda puesta y en algunos puestos un burujón de trapo con su montera haciendo parecer que estaba en ella el centinela…


El Reglamento de Carlos III (1764).

Tras un amplio y minucioso informe preliminar redactado por el Mariscal de Campo Antonio María Buccarelli, en el que se analiza y constata el estado en el que se encontraban las fortificaciones y el despliegue de las tropas a disposición de la Corona, y en el que redacta las reordenaciones y actuaciones pertinentes a seguir, se promulga a 18 de agosto de 1764 el Reglamento que Su Majestad manda observar en las diferentes clases destinadas a el Real Servicio de la Costa del Reino de Granada. En él se traza un completo plan de reordenación, fortificación y despliegue de guarniciones que consigue, junto a los tratados de paz y comercio firmados con las autoridades magrebíes, acabar definitivamente con la piratería berberisca.
Divide la costa en un total de diez Mandos, o Partidos, y establece un dispositivo defensivo organizado en base a 113 fortificaciones, entre las que se proyectaron nuevas construcciones dotadas de artillería. Detalla y especifica con todo lujo de detalle la tipología y características que debían de tener todas y cada una de las construcciones militares; el número y cargo de oficiales y soldados destinados a cada uno de ellos; sus funciones, derechos y obligaciones, así como su remuneración y el proceder ante las diferentes situaciones de peligro y/o ataque, no dejando ningún aspecto al azar ni a la improvisación.
Con ello, en menos de una década se consiguió articular y consolidar un sistema de vigilancia que constituyó una barrera artillera a lo largo de todo el litoral andaluz lo suficientemente sólida como para impedir y disuadir cualquier tipo de hostilidad marítima. Todo ello quedó bajo la estricta vigilancia de los ingenieros destinados, los cuales emitían anualmente minuciosos informes sobre el estado y necesidades de las fortificaciones, torres, personal,  munición y pertrechos.

El encargado de llevar a cabo y de hacer cumplir dicho Reglamento, el ingeniero José Crame, nombrado Ingeniero Director de la Costa del Reino de Granada, proyectó y organizó cuatro nuevas tipologías constructivas artilladas  en las que se incorporaban los nuevos avances en ingeniería militar, ampliamente desarrollada ya por diferentes potencias europeas:
  • Las Baterías para cuatro cañones. Se trata de una Batería artillera realizada sobre un terraplén destinada a acoger un total de cuatro cañones de calibre grueso, orientados hacia la fachada marítima. El conjunto del edificio se articula en torno a un patio rectangular al que se accede a través de una barbacana aspillerada que defendía el acceso y el foso, con su pertinente puente levadizo. Alrededor del citado patio se distribuyen los cuarteles para caballería (con caballerizas y pajar), para infantería y para la artillería (con sus almacenes para la pólvora y los pertrechos). Contaban además con capilla e incluso sacristía.
  • Las Torres para dos cañones. De mayor entidad que las torres habituales, adapta su estructura para albergar dos piezas de artillería. Nos encontramos ante un híbrido de torre y batería cuya terraza adopta la fisonomía de pequeña batería, con una azotea de planta semicircular de 12 a 14 varas de diámetro (1 vara equivale a 0,80 m) en la que se ubica la artillería encarada a mar, mientras que hacia el lado de tierra se dispone un parapeto aspillerado, encargado de defender la puerta de acceso. El resto del conjunto lo constituyen dos plantas abovedadas, destinando la inferior a almacenamiento de víveres, munición y pertrechos, y la superior a alojamiento de los artilleros. A todo ello se accedía mediante un acceso elevado con escalera de cuerda el cual podía ser defendido en caso de asedio a través del parapeto aspillerado que se levantaba sobre la puerta en la azotea, y de los semibaluartes cubiertos por torrecillas, igualmente aspilladas, que se localizan a banda y banda de la misma.
  • Las Atalayas. Combinando sus funciones de torre vigía y almenara, son el elemento esencial que permitía detectar y dar aviso del peligro a las fortificaciones y territorios colindantes, pudiendo dar a conocer un posible ataque a zonas distantes con cierta rapidez. Son estructuras de cuerpo cilíndrico y desarrollo troncocónico, realizadas en mampostería. Asientan sobre un potente cimiento o tambor cuya base maciza alberga en la parte superior una o dos estancias abovedadas que comunican con la azotea mediante escaleras embutidas en la pared. El acceso, como en casos anteriores, se realizaba a través de una puerta elevada a la que se subía mediante escala de cuerda. En el interior de la estancia se localizaba un hogar o chimenea, con la que realizar los avisos de rebato y seguridad; una ventana aspillada abierta hacia el mar; y la escalera que comunicaba con la azotea, la cual contaba con un parapeto en el que se abren pequeñas aspilleras encaradas a mar, a levante y a poniente. Además, en la vertical de la puerta de acceso se situaba un matacán con el que defender el acceso en caso de ataque.
  • Las Casas-Fuerte para caballería. Son cuarteles destinados a acoger la caballería que había de patrullar los diversos tramos del litoral y estaban constituidos por dos naves con pórtico exterior en las que se localizan los alojamientos para la tropa y los oficiales, las cocinas, las caballerizas, etc. Todo el conjunto quedaba defendido por diversas garitas aspilladas situadas en las esquinas.

Localización de la batería para cuatro cañones del Llano de Carchuna, hoy rodeada de invernaderos.

Vista frontal de la batería del Llano de Carchuna.

Torre para dos cañones de Castillo de Baños.

Torre vigía de Torrenueva.

Para el caso que nos ocupa, los distritos de Salobreña y Motril quedaron desde entonces agrupados en el ahora Partido de Motril, localidad cabecera que controlaba un territorio que abarcaba desde las costas salobreñeras hasta la Torre del Cáutor. En él se cuentan un total de 8 Atalayas (Torre Nueva, del Chucho, de Carchuna, la del Zambullón en Calahonda, de la Estancia, de Cambriles, Estancia de Baños y del Cáutor), 4 Baterías (la del castillo de Salobreña, la del Varadero, Carchuna y la de Castell de Ferro) y 1 Torre para dos cañones (Castillo de Baños).

Con todo, el elemento básico de todo este entramado de alerta y preaviso corría a cargo de las torres Atalaya, cuya función primordial, como ha quedado dicho, era la de otear y vigilar para prevenir de ataques e incursiones y avisar mediante señales, tanto a la población como a las atalayas y fortificaciones vecinas. Estos avisos estaban igualmente explicitados en el Reglamento, siendo de dos tipos:
  • Los de REBATO anunciaban la proximidad de embarcaciones sospechosas a tierra o a barcas de pescadores y mercancías. Estas señales (hogueras de noche y ahumadas de día) debían de ser bien visibles tanto desde las poblaciones próximas a la costa como desde el resto de torres de su Partido y se realizaban mediante manojos de paja o esparto con resina, el conocido como hacho”. Éstos “se harán de dia en las ocasiones en que se descubran embarcaciones sospechosas, que se acercan à la tierra, ò que persigue algunas barcas de pescadores, ò a otras que hacen el comercio; y de noche quando vea se acerca à tomar tierra alguna embarcación. […]Todas las torres estaran obligadas à seguir las señales que vean en su inmediata, para que por este medio se corran entoda la extensión de mi costa los avisos”.
  • Los de SEGURIDAD son aquellos que anunciaban que se mantenía la costa sin percances visibles ni previsibles, lo cual “se hará por la mañana, luego que el torrero  pueda divisar la costa de su jurisdicción, y la segunda antes de salir el sol, quando yá descubra la marina á que alcance su vista. Por la noche se dará la señal de seguridad, después de poner el sol, y en todas estas encenderán el hacho manteniendo firme en su hachero todo el tiempo que es preciso, para que de tierra conozcan que han cumplido con lo prevenido y los navegantes que la costa está segura”.


Es en este sentido que se explica la importancia que juegan elementos como la chimenea y la azotea en estas torres atalaya, ya que en ellas se centra la mayor parte de la actividad de la torre. Cada una de estas torres debía de estar al mando de un Cabo, auxiliado por 2 o 3 Torreros según el caso, con un salario de tres Reales diarios para el primero y dos Reales y diecisiete Maravedís para los segundos.
Todos ellos tenían la obligación de residir en la torre o en las viviendas que levantaran en su entorno, pudiendo ausentarse únicamente uno de ellos no más de un día para su avituallamiento. Se trataba de gente sujeta al fuero militar, con un servicio de 20 años tras lo cuales pasaban a formar parte de la Compañía de Inválidos.



Las guerras napoleónicas y la desarticulación del sistema defensivo costero en el siglos XIX.

En el siglo XIX las costas españolas volvieron a ser protagonistas de otro conflicto bélico de ámbito continental. En este caso fueron las guerras napoleónicas de la llamada Guerra de Independencia (1808-1814), en las que se enfrentaron franceses e ingleses por la supremacía continental. En este sentido, ambos bandos se encargaron de inutilizar y desarticular el engranaje defensivo costero con el objeto de que su enemigo no se sirviera de él. Es así como todas las instalaciones militares del Reino de Granada fueron desartilladas, inutilizadas e incluso voladas.

Una vez finalizado el conflicto se restauraron tan sólo los más significativos al modo y manera del sistema desarrollado durante el reinado de Carlos III. A pesar de ello, el agravio fue tal que ya todo el engranaje resultó inoperante, además de obsoleto, como bien indicó en 1830 Mauricio de Berlanga en su relación sobre el estado y necesidades de los dispositivos y fortalezas. Fue entonces cuado buena parte de estos dispositivos fueron transferidos a los cuerpos policiales que se encargaban de combatir el contrabando, cuando no subastados a entes privados dando lugar a un proceso privatizador que aún hoy día es vigente.


Un museo al aire libre. Sensibilización con el Paisaje Histórico como Patrimonio a integrar para disfrutar y conocer nuestro pasado.

Como hemos podido observar, todas y cada una de las torres y fortalezas que se erigen a lo largo de la costa, así como cualquier monumento o resto arquitectónico, arqueológico y etnológico en general, son un claro reflejo del tipo de relaciones Hombre-Hombre y Hombre-Paisaje que han quedado plasmadas en el entorno en el que habitamos. Se define de este modo un tipo de interrelación propia y característica que variará según el momento histórico y el grupo socio-cultural que lo protagoniza. Tan sólo, y no es tarea fácil, hay que saber leer las huellas y evidencias que estas construcciones nos transmiten de una u otra forma.

Para ello, primeramente es esencial que la población se sensibilice, no sólo con las construcciones antiguas que todavía hoy día se mantienen en pie en nuestras ciudades, también con todo el patrimonio soterrado y subacuático que aún nos es desconocido. Se trata de los restos de NUESTRO PASADO y de NUESTROS ANTEPASADOS los cuales, debidamente tratados, conservados y protegidos, van a permitir conocernos mejor en nuestras relaciones interpersonales y con nuestro medio ambiente, siguiendo la máxima zen de “respeta y conoce, y no temerás”.
Y es que no se trata de montones de piedras o de castillos a medio caer, sino de un patrimonio que nos pertenece a todos y del que podemos aprender y disfrutar si es recuperado y tratado de manera adecuada, de hecho estamos obligados a protegerlo y a recuperarlo. Es en este sentido que cobran especial importancia las palabras de Dulce Chacón cuando refería que “un pueblo sin memoria es un pueblo enfermo”.
Por otro lado, y no menos importante, corresponde a las autoridades locales, provinciales, autonómicas y, como no, estatales, velar por la localización, documentación, recuperación y puesta en valor de todos aquellos elementos y construcciones que han formado y forman parte de nuestro pasado y nuestro paisaje, devolviéndoselo a la sociedad.

Estamos ante la posibilidad de dejar de vivir de espaldas a nuestro patrimonio y de crear un museo al aire libre en el que se eliminen las barreras que suponen las vitrinas y vallas que separan a unos de otros, de tal modo que se permita la interacción y convivencia del monumento con el individuo. Para ello, como se ha dicho, se exige de un lado una actitud de respeto hacia éstos por parte de la población. Del otro, una voluntad de recuperación e integración social de los edificios históricos y restos arqueológicos de caras a establecer un proyecto de progreso y futuro sostenibles.

En los últimos años se está empezando a consolidar esta nueva vía de potenciar una convivencia y comprensión del pasado por parte del presente gracias a las nuevas tendencias de interacción y divulgación integradas en museos como el arqueológico de Alicante, el de Almería o este de Historia de Motril. Son nuevos conceptos de museo en los que la pieza histórica se presenta dentro de su contexto funcional, cultural y social. Ya no son elementos dentro de una vitrina con un cartel que lo describe y ubica cronológicamente. El objeto es permitir un mayor acercamiento y proximidad del visitante mediante diversas tecnologías, con el objeto de que pueda concebir y comprender el ámbito social, cultural, económico y político al que pertenece.
Otras vías y esfuerzos por la divulgación y la puesta en valor del patrimonio en nuestra comarca lo han representado las diversas Jornadas sobre patrimonio organizadas por el Ayuntamiento de Salobreña en los años 80 y 90 del pasado siglo XX; el esfuerzo de la modesta Entidad Local de Torrenueva para la puesta en valor de su Torre Vigía, objeto de estudio arqueológico y estructural; o la creación del Centro de Formación de Energías Renovables en la batería artillera del siglo XVIII de Carchuna.
Es por ello que, a modo de conclusión, es de esperar que gracias a estos ciclos de conferencias impartidos por el Museo de Historia de Motril, logremos cambiar el prisma con el que se suele ver y concebir los restos y monumentos antiguos, dejando de considerarlos como meros montones de piedras por la ruina y el mal estado en el que se encuentran, fruto de la dejadez y desconsideración recibida, tanto por la población en general como por las autoridades competentes.


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En laces de interés.
  • http://motrildigital.blogia.com/2013/021509--el-museo-pieza-a-pieza-despliega-las-estrategias-defensivas-contra-piratas-y-co.php
  • http://www.ideal.es/granada/20130215/local/motril/museo-pieza-pieza-despliega-201302151207.html
  • http://www.motril.org/historia/pdf/prensa/pdf/libros/libro-carchuna.pdf
  • http://issuu.com/pegaozillo/docs/la_fortaleza_de_carchuna/48
  • http://es.calameo.com/books/00239107160513ef4f8f6



















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