lunes, 3 de marzo de 2014

"De mi corazón al aire" (Vicente Amigo), o de cómo hacer del Patrimonio propio un elemento identitario dinamizador y rentable.

Desde hace unas décadas viene siendo habitual que, especialmente en periodos de crisis como la que sufrimos actualmente, cada uno se busque sus propios recursos mediante los cuales hacer frente y sobrevivir a la grave situación económica y social a la que nos vemos sometidos. En este sentido, especialmente en el ámbito regional (y cada vez más a nivel local), hace ya bastante tiempo que se le está empezando a sacar "provecho" al patrimonio histórico, cultural y natural propio, ante el que hemos vivido de espaldas durante mucho tiempo y cuyo potencial ha sido ignorado en este país, más allá de los espléndidos Paradores y castillos de Playmóvil tan de moda en ciertos años de este país.
Es ahora que las autoridades competentes comienzan a ver que este Patrimonio, lejos de ser un "agujero en el bolsillo" de las arcas públicas, recuperado y bien gestionado puede suponer un importante agente dinamizador, no sólo a nivel económico, sino también en el social, cultural y laboral.

Y es que el uso y disfrute del tiempo libre ha ido adquiriendo cada vez más importancia en los últimos decenios. De manera progresiva se han ido desarrollando nuevas necesidades, tanto individuales como colectivas, en relación con el ocio. Es así como cada día hay más personas y grupos sociales sensibilizados por la diversidad cultural, orientando su tiempo de ocio y disfrute hacia el conocimiento de nuevos entornos, culturas y civilizaciones, huyendo de modelos turísticos convencionales y caracterizados por la masificación y una calidad básica y tradicional de su oferta.

Jardín nazarí de Vélez-Benaudalla.

Este cambio de tendencia ha sido ciertamente aprovechado últimamente por múltiples zonas “deprimidas”, o de segunda línea, por decirlo de alguna manera, pero que cuentan con importantes y destacados recursos culturales, etnológicos y naturales que hasta la fecha no fueron tenidos lo suficientemente en cuenta, manteniéndolos en un segundo plano (en muchos casos incluso en estado de abandono y degradación). Éstos son ahora un elemento clave a la hora de impulsar toda estrategia de desarrollo de estas economías locales y/o regionales, como alternativa para escapar de la situación de regresión socio-económica que nos ha tocado vivir. Es de este modo como, en muchos de los casos, estas “zonas de segunda línea” son susceptibles de convertirse en centros de interés turístico y cultural con gran éxito de oferta y de demanda.

Para ello, como han puesto de manifiesto en los últimos tiempos diversos expertos en dinamización y divulgación del patrimonio, es necesario partir del concepto fundamental de Desarrollo Sostenible, de tal modo que se promocione la recuperación, puesta en valor, conservación y difusión de nuestra herencia histórica y paisajística, con el objeto de que se deriven beneficios de carácter cultural, económico y social. Unos beneficios, por otro lado, que reviertan (al menos una parte de él) en el propio patrimonio y en la sociedad a la que pertenece y que la disfruta.
Este cambio de tendencia en el ámbito del ocio, la cultura y el tiempo libre, ha derivado, además, en una mejor y mayor imbricación de intereses entre el sector turístico y el ámbito del patrimonio. Se han desarrollado nuevos modelos de explotación y uso social de los recursos patrimoniales y naturales, aunque siempre partiendo de la sostenibilidad del modelo de desarrollo.

El Castillejo, Los Guájares.

De este modo, el territorio se convierte en el escenario donde se desarrollan nuevas lecturas globalizadoras y estrategias de uso social de los recursos culturales y naturales, mediante las cuales se pretende dar respuestas adecuadas e imaginativas a las nuevas demandas de los usuarios, cada vez más motivados en descubrir nuevos territorios y culturas, convirtiendo el Patrimonio (entendido de manera integral) en un producto turístico basado en la propia conservación y en la correcta explotación de sus recursos.
Y es que, es el legado cultural y natural quien, en esencia, juega un papel activo en todo este proceso, el cual, correctamente gestionado, acaba por revertir y generar, además, nuevos modelos de gestión y nuevas vías de financiación. 

Actualmente el patrimonio cultural está participando activamente en políticas globales y, más a menudo de los que podría parecer, encabeza estrategias de desarrollo local. Tal es así que en muchos lugares representa el eje fundamental sobre el que se sustentan políticas de promoción y desarrollo de ámbito local, fundamentadas en los recursos endógenos de su propio territorio. Más allá de su innegable valor como referente identitario y recurso para la educación y formación cultural de diferentes sectores sociales, permite unos beneficios económicos indirectos que, por otro lado, permiten una formación y reinserción laboral a la población.

Torre vigía de Torrenueva.

En este sentido, hay que partir de la idea de que todo monumento, resto arquitectónico, arqueológico y/o etnológico, en general, no es más que el claro reflejo del tipo de relaciones Hombre-Hombre y Hombre-Paisaje que han quedado plasmadas en el medio en el que habitamos. Se define de este modo un tipo de interrelación propia y característica que variará según el momento histórico y el grupo socio-cultural que lo protagoniza y que, de una u otra manera, nos han legado. Tan sólo, y no es tarea fácil, hay que saber leer las huellas y evidencias que estas construcciones y paisajes nos transmiten de una u otra forma.

Para ello, primeramente es esencial que la población se sensibilice, no sólo con las construcciones antiguas que todavía hoy día se mantienen en pie en nuestras ciudades y poblaciones, también con todo el patrimonio soterrado y subacuático que aún nos es desconocido dentro del nuestro territorio. Se trata de los restos de nuestro pasado y de nuestros antepasados los cuales, debidamente recuperados, tratados, conservados, protegidos y gestionados, van a permitir conocernos mejor en nuestras relaciones interpersonales y con nuestro medio ambiente, siguiendo la máxima zen de “respeta y conoce, y no temerás”.
No se trata de montones de herramientas antiguas, ni piedras, castillos, casas y edificios a medio caer, sino de un patrimonio que nos pertenece a todos y del que podemos aprender y disfrutar si es recuperado y tratado de manera adecuada. De hecho deberíamos estar obligados a protegerlo y a recuperarlo. Es así que cobran especial importancia las palabras de Dulce Chacón cuando refería que “un pueblo sin memoria es un pueblo enfermo”.

Por otro lado, y no menos importante, corresponde a las autoridades locales, provinciales, autonómicas y, cómo no, estatales, velar por la localización, documentación, recuperación y puesta en valor de todos aquellos elementos y construcciones que han formado, y forman parte, de nuestro pasado y nuestro paisaje en nuestro día a día, devolviéndoselo a la sociedad.

Estamos ante la posibilidad de dejar de vivir de espaldas a nuestro patrimonio y de crear un museo al aire libre en el que se eliminen las barreras que suponen las vitrinas y vallas que separan a unos de otros, de tal modo que se permita la interacción y convivencia del individuo con la cultura material, el monumento y el medio ambiente. Para ello, como se ha dicho, se exige de un lado una actitud de respeto hacia éstos por parte de la población; del otro, una voluntad de recuperación e integración social de todos aquellos elementos que conforman este patrimonio de cara a establecer un proyecto de progreso y futuro sostenibles.

En los últimos años se está empezando a consolidar esta nueva vía de potenciar una convivencia y comprensión del pasado por parte del presente, gracias a proyectos de recuperación del patrimonio local y a nuevas tendencias de puesta en valor, promoviendo una interacción y divulgación integradas, tanto al aire libre como en museos y/o edificios históricos. Una clara muestra de ello, con evidentes resultados y beneficios, incluso económicos de manera directa e indirecta, es el caso de los restos arqueológicos del mercado de El Born (Barcelona), el poblado neolítico de La Draga (Banyoles, Girona), la iglesia prerrománica y su poblado altomedieval de Santa Creu (Port de la Selva, Girona), la villa romana de los Baños de Valdearados (Burgos), el teatro romano de los Títeres (Cádiz), los restos arqueológicos de la Plaza de la Encarnación (Sevilla), el castillo y pósito de Doña Mencía (Córdoba), el castillo y barrio bajomedieval de Luque (Córdoba) o el conjunto de los Dólmenes de Antequera (Málaga), entre otros muchos ejemplos. Más próximo en el marco geográfico que nos ocupa, el complejo industrial de la Azucarera del Guadalfeo, en Salobreña; la creación del Centro de Formación de Energías Renovables en la batería artillera del siglo XVIII de Carchuna; el Centro de Interpretación, en la también batería artillada de La Herradura; o el Museo de Historia de Motril, ubicado en la conocida como Casa Garcés, una edificación de los siglos XVI-XVII y el Museo Preindustrial de la Caña de Azúcar en la Fabrica de La Palma, también en Motril, ambas edificaciones recuperadas y rehabilitadas para tal fin.

Museo de Historia de Motril.

Se trata, en resumen, de una tendencia mediante la cual se pretende cambiar el prisma con el que se suelen ver y concebir los restos y monumentos históricos, así como el entorno natural y paisajístico en el que se insertan, dejando de considerarlos como meros montones de piedras por la ruina y el mal estado en el que se encuentran, fruto de la dejadez y desconsideración recibida, tanto por la población en general como por las autoridades competentes, para revertir su situación como elementos con rendimiento patrimonial, social y, en la mayoría de los casos, también económico.  

La costa granadina en general, y el área del estuario del Guadalfeo en concreto, es un territorio que, a pesar de contar con un potencial y un substrato histórico-arqueológico de entidad, no es hasta hace escasamente unas décadas que cuenta con el respaldo que se desearía a nivel de difusión y puesta en valor de restos materiales y de publicaciones científicas y divulgativas que pongan de manifiesto, y a disposición de la sociedad, el patrimonio histórico, arqueológico y, por qué no, etnológico del que ha gozado y del que todavía goza. Y es que, como bien dice un compañero: "la costa hay que moverla!" (¿verdad, Diego?)

A ello bien poco han contribuido, de un lado el fuerte arrasamiento y destrucción que sufrieron múltiples yacimientos durante la segunda mitad del pasado siglo XX, con motivo de la orientación generalizada de los terrenos al cultivo de frutos tropicales, para cuyo desarrollo se hizo necesario un brutal abancalamiento de lomas y laderas, así como por el avance del sector constructivo, claramente enfocado al turismo de Sol y Playa.
Del otro, y de igual gravedad, la insensibilidad, tanto de las autoridades pertinentes como de la población en general, con respecto del patrimonio, no ya del soterrado (y mucho menos el subacuático) sino incluso del emergente, considerándolo como meras ruinas improductivas que obstaculizan el desarrollo económico de esta voraz sociedad actual.
En los últimos años parece que se están empezando a dar los pasos adecuados en este sentido. Se detecta una incipiente voluntad, por parte de los referidos agentes implicados, una mayor sensibilización, concienciación e implicación de cara a poder recuperar, estudiar y, llegado el caso, poner en valor todos aquellos elementos que han formado, y forman, parte de nuestro pasado y nuestro paisaje que sean susceptibles de ser devueltos a la sociedad, con el objeto de apoyarse en ellos e integrarlos en un proyecto de progreso y futuro sostenibles a corto y medio plazo.

Como se ha dicho anteriormente, este  concepto básico viene desarrollándose en las últimas décadas en múltiples países y regiones, los cuales han visto en su patrimonio histórico y cultural una oportunidad bastante rentable para la creación de un modelo de desarrollo sostenible y endógeno, respetuoso con el entorno y encarado a incrementar el producto interior. Ello es posible gracias a una gestión, mejora y potenciación de las actividades artesanales tradicionales y, de manera paralela (y no precisamente menos desdeñable), a la creación de nuevos servicios vinculados al patrimonio y al turismo cultural y natural, con evidentes repercusiones en el sector terciario.
El turismo basado y complementado en la Cultura (que se ha mostrado como una oferta sólida), depende en gran medida de que el visitante disfrute de la experiencia y perciba que tanto el territorio como los recursos patrimoniales son auténticos, y que se enmarcan en un contexto que les resulta agradable y atractivo. Desde esta perspectiva, pues, el turismo que se desarrolla y/o complementa en torno al patrimonio cultural, puede ayudar a reactivar la economía y la vida sociocultural de áreas o zonas concretas. A modo de ejemplo, durante 2012-2013, tan sólo el Castillo de Salobreña acogió un  flujo de visitantes que superó la cifra de 50.000 personas.

Castillo de Salobreña.

Para ello, pues, es necesario que exista una conciencia social sobre la potencialidad y el valor de esas señas de identidad características, legado del pasado, junto a la existencia de proyectos de planificación y ejecución de gestión de estos recursos culturales y naturales a corto y medio plazo por parte de las autoridades y entidades correspondientes e implicadas. En suma, se necesita implicar y concienciar a la población en el valor y uso de los recursos patrimoniales, y acometer las acciones tendentes a ponerlos en valor, garantizando el uso adecuado y la gestión en el tiempo para facilitar su desarrollo y mejora. Como decíamos en la entrada anterior: ¿Utopía?........."mica en mica s´omple la pica" (dicho catalán).